viernes, febrero 24, 2012

Entrevista al poeta cubano José Kozer

Reproducimos la entrevista que Mario Pera realizó al poeta cubano José Kozer, quien participará del Primer Festival Internacional de Poesía de Lima - 2012.

Entrevista al poeta José Kozer:

«hacer poesía, desde el principio fue para mí escurrirme de Cronos»

El poeta cubano José Kozer

El poeta José Kozer es uno de los principales poetas cubanos de la actualidad. De ascendencia judía pero nacido en La Habana, Kozer reside desde hace más de cincuenta años en los Estados Unidos de América, habiéndose desempeñado por tres décadas como catedrático universitario para el curso de Literatura Hispana en el Queens College de la ciudad de Nueva York.
Su obra lírica ha sido traducida a varios idiomas, y cuenta con más de cincuenta publicaciones en su haber, habiendo colaborado en diversas revistas de E.E.U.U. y de Europa ejerciendo la crítica y el ensayo literario.
José Kozer se encuentra próximo a venir por primera vez al Perú a participar en el Primer Festival Internacional de Poesía de Lima 2012, sin duda, todo un lujo para nuestro país el poder recibirlo, y para sus no pocos lectores el poder conocerlo en persona. Aquí una breve entrevista en la que el poeta narra algunos pasajes de su biografía y nos detalla algunas ideas y apreciaciones en torno a su pasión, la poesía.


1.   José, comenzaste a publicar poesía una edad, 32 años, que muchos considerarían tardía. Es cierto que no existe una edad para empezar a publicar, aunque la poesía muchas veces deriva de un ímpetu juvenil, pero, ¿el que hayas publicado luego de los treinta años se debió a que optaste por esperar a madurar tu expresión como poeta o fue un hecho meramente circunstancial?
Meramente circunstancial que te paso a explicar. Comencé muy temprano a escribir, primero prosa, que abandoné, o mejor, me abandonó, y luego poesía: tendría, calculo, unos quince años de edad, escribía a la tarde, en la penumbra de un cuarto habanero, de un reparto burgués de los extrarradios que se llama Santos Suárez, y ahí, por primera vez, encontré lo que se puede llamar una vocación, una fruición, una auténtica dicha. El tiempo, que es la Muerte, siempre me ha atosigado, la escritura, el trance poético, desde el primer instante fue para mí paliativo de la Muerte, un modo recóndito de no estar, de desaparecer, y por tanto, desde esa momentánea inexistencia, sólo comparable al sueño profundo, olvidar todo: la propia identidad, el malestar de la existencia, la atrocidad de la Muerte, el paso pautado y pesado, o demasiado ligero, del tiempo. Cronos devora a sus hijos, hacer poesía, desde el principio fue para mí escurrirme de Cronos, de ser devorado por la conciencia extrema, neurótica si se quiere, que hace pesar las horas, acudir la constante ineludible de la Muerte.
Salgo en 1960 de mi país, me voy de inmediato a Nueva York, y ahí, por supuesto, sigo escribiendo. Pero me ocurren dos cosas: la primera, pierdo el idioma, el castellano mío se deteriora, no es que fuera en Cuba muy álgido, pero en aquel Nueva York donde no se hablaba ni una papa de español, pierdo no sólo fluidez, pierdo el sentido del castellano, ahora reemplazado por un inglés, en aquel entonces deficiente y maluco. Un individuo que quiere hacer poesía y que no tiene idioma, imagínate lo que eso representó. El inglés, además de cancaneante, no me acompaña, ya que no puedo, tal vez apenas se puede hacer poesía en un idioma ajeno al idioma materno.
En prosa esto sucede más a menudo (Conrad, Nabokov) pero en poesía es casi imposible (pese a Rilke y Huidobro escribiendo poemas en francés, Brodsky en inglés, pero sus grandes poemas están casi siempre escritos en el idioma materno) de manera que de pronto, con unos veinticuatro años de edad, veo que no soy capaz de seguir escribiendo poemas. La frustración que experimento es fuerte. Tengo guardados cientos y cientos de poemas abortados entre mis papeles literarios, versos sueltos, comienzos de poemas que no cuajan: me falta el lenguaje para apoyarlos, y dejo de escribir durante años. Hasta 1968, en que vuelvo a la carga, por razones largas de explicar, pero que entre otras tienen que ver con un alcoholismo que pese al daño que me ocasionó, me sirvió para hacer aflorar en mí un español que tenía enconado en el vientre, y que por fin, un buen día (y fue en un día concreto que recuerdo) estalló.
Y lo segundo que me ocurre es que estoy en Nueva York, me pongo a escribir de nuevo con unos veintiocho años de edad, aquello fluye, los poemas se acumulan, van surgiendo influencias (Parra, Vallejo, Lorca, los simbolistas franceces que había leído en Cuba, los poetas chinos y japoneses que leo en inglés) pero como no tengo país, y por ende no tengo un sitio natural donde publicar, me veo abocado a enviar poemas a ciegas (son rechazados casi siempre) o a tratar de publicar concursando (soy rechazado siempre, salvo más tarde en una ocasión)o enviando manuscritos de libros a editoriales donde por seguro aquello fue a parar al latón de la basura. Para colmo, un cubano viviendo fuera de Cuba en la década de los sesenta y de los setenta lo tenía cuesta arriba, muy cuesta arriba, a la hora de publicar.
Mis primeras publicaciones, Padres y otras profesiones y De Chepén a La Habana, salieron justo en Nueva York: el primer libro que fue Padres y otras profesiones, en la primera cartonera que existió en nuestro idioma (ahí Elena Jordana sacó la obra de Parra, de Octavio Paz, etc.) y el segundo, en colaboración con mi mejor ex amigo Isaac Goldemberg, auspiciado por un mecenas cubano llamado Víctor Batista. Esa situación de desarraigo lo explica todo a la hora de publicar, y de ahí lo tardío de mis primeros libros; sin embargo la venganza ha sido dulce, porque a partir de Bajo este cien, libro que me publica en 1983 el Fondo de Cultura Económica de México, no he parado de escribir y de publicar.

Bajo este cien (1983) del poeta José Kozer, libro que marcó
el ritmo constante de publicaciones del poeta.


2.   Me imagino que tu inmigración a los Estados Unidos de América a inicios de la década de 1960 debió ser una situación difícil, compleja, por las circunstancias en las que dejabas tu país, Cuba. ¿Cómo viviste aquella experiencia? ¿Cómo fueron esos primeros meses en una ciudad que puede ser muy abrumadora como lo es Nueva York?
Una magnífica experiencia, mucho desgarramiento, mucho entroncar con la Beat Generation y luego con los Hippies, mucha miseria económica, alcohol, marihuana, y el cruce de dos idiomas disímiles, cruce enriquecedor. Me fui con veinte años a vivir en Greenwich Village, era baratísimo, tuve un departamento de cinco habitaciones, con baño y cocina, en un quinto piso, sin ascensor por supuesto, en la Calle 4 y Sexta Avenida, digamos en el centro de Manhattan, que en aquel entonces era el centro del mundo, y pagaba un alquiler de $75 al mes: bebía vinos franceces en 1964 que hoy cuestan un ojo de la cara, y la botella me salía a dólar. Fue una fiesta, A moveable feast, como dice Hemingway en su memorable libro de memorias de su época parisina. Me gané la vida haciendo de todo, hasta mendigué en las calles del Bajo Manhattan (experiencia divertida y que dejaba sus cuartos) y en poco tiempo estaba trabajando en Wall Street, en una pequeña compañía que vendía avionetas a todo el mundo. Era la compañía de exportación de la fábrica de esas avionetas (muchas se caían) y yo, Gerente de Exportación, ganaba buena lana, me la gastaba en beber, en libros (cuando no los robaba) y en paliar la infelicidad que sentía al tener que ganarme la vida haciendo algo que no me interesaba.

El bastión bohemio y cultural neoyorkino, el barrio Greenwich Village en la zona oeste de Manhattan,
donde vivió Jose Kozer. Entre los vecinos famosos de mediados del siglo XX destacaron
Bob Dylan, Jimi Hendrix, Barbra Streisand y el grupo The Velvet Underground.


A los pocos años de hacer este trabajo lo dejé y me fui a trabajar en la Biblioteca de Ciencias de la Universidad de Nueva York, donde ganaba una miseria, pero me pagaban los estudios, lo cual me permitió enderezar mi vida y volver a lo que me interesa desde muchacho: leer y escribir. Lo cual hacía día a día, a veces escondiéndome entre los estantes de libros de la Biblioteca donde trabajaba, a veces a deshora en mi destartalada habitación de la Calle 4. No creo haber vivido nunca una década tan intensa, tan enloquecida como aquélla. Esa década me transfiguró, me convirtió, me llevó por los caminos de Rimbaud, y luego, con el paso del tiempo, y mi segundo matrimonio, que ha sido y es una bendición, entendí que aquello luego de unos años de autodestrucción, no era el camino del poeta, y entronqué en la salud, en la necesidad de cuidar psique y cuerpo, para poder hacer la propia escritura. Y organicé mi vida para poder escribir, para poder hacer poemas. De eso hablo bastante en un libro de memorias que publiqué hace años en la editorial mexicana Aldus con el título de Una huella destartalada.
Para que veas un poco el funcionamiento de esta experiencia, yo vengo de padres polacos y checos, es decir, vengo de gente del septentrión, de zonas frías, pero nazco en Cuba: nazco y crezco en el trópico, en el calor, pero en casa se habla de la nieve, del frío, de la alta montaña. Y cuando llego a Nueva York y vivo la experiencia del frío, todo aquello mamado a través de las anécdotas verdaderas e inventadas de mi padre (un auténtico mitómano) se remenea en mi interior, y enmpieza a querer salir reconfigurado como poesía. Lo que pasa es que toda la experiencia lingüística del frío que ahora quiero usar en poemas, la vivo en inglés. Y tengo que traducir toda esa experiencia, todo ese vocabulario, ese lenguaje, del inglés al español, para poder hacer mis poemas de la nieve, mis poemas septentrionales, rusos, polacos, judíos, poemas del norte. Ahí, cada vez que voy al diccionario a buscar una palabra que sé en inglés pero no en castellano, vivo la extraña experiencia de hacer un poema donde, pongo por caso, aparece la palabra polainas (leggings, es como la aprendo) palabra que extraigo del diccionario bilingüe, y que por ende, al emplear por vez primera, y durante un tiempo, en mi idioma materno, la siento como puro artificio, como palabra impostada. Lo maravilloso es que con el paso del tiempo y el uso, la palabra extraña y extranjera se naturaliza (en castellano) y pasa a ser auténtica experiencia de vida interior, de relación con el mundo.


3.   Has trabajado por muchos años como catedrático universitario, con horarios y una rutina de vida definida, algo tal vez extraño para un gran grupo de poetas. ¿Hasta qué punto el manejarte dentro de una rutina ha contribuido con la producción de tu obra? ¿El respetar los horarios, el llevar una vida diríase ordenada te ha ayudado a ser metódico como poeta, incluso para mantener casi constante el ritmo de tus publicaciones?
Puedo cronometrar mi adolescencia por la presencia de mis padres, personas en extremo ordenadas, cada uno en sus menesteres, siempre laboriosos de acuerdo con las horas del día y de su paso: mi padre llega del trabajo a las seis de la tarde, a las 7:45 (no exagero) terminó de ducharse y se ha sentado a cenar con la familia. Siempre come lo mismo, nunca varía sus hábitos, su discurso, sus ideas, su modo de comportarse. Mi madre es hacendosa, limpia, frugal, cuidadosa, y hace sus tareas, cumple con sus quehaceres cotidianos a su hora y según una especie de Libro de Horas interior que la guía y nos orienta en casa a todos. Soy, por ende, consecuencia ordenada de esos padres, de esa casa, de esos relojes que calibran y dictaminan, imponen: la exigencia es pesada pero no funesta, y si se aprende a convivir con el tiempo, sin la neurosis de la Muerte, esa noción que sólo tiene que ver con el ego, se puede ser muy productivo, y llevar a cabo una labor (ora et labora) fructífera.
Entro en la enseñanza en 1965, imparto mi primer curso en Queens College, Nueva York, en el verano del 65, con 25 años de edad. Para que veas lo que han cambiado los tiempos y las percepciones de la educación universitaria, aquél fue un cursillo de verano, mis estudiantes eran todos usamericanos de nivel español pregraduado alto, el español no era su idioma natural, lo estaban aprendiendo, usábamos la literatura para enseñarles español, y conmigo leyeron, en el original, y no en versión modernizada, el Lazarillo de Tormes, la obra del Arciprestre de Hita, los romances líricos españoles, la poesía de Quevedo, de Góngora. Hoy estarían leyendo en ese cursillo a Isabel Allende, en el mejor de los casos, o ensayos periodísticos sobre temas de actualidad (un horror). La Universidad, como bien ves, me impone un orden, que sumado al orden que mamé en la casa, me convierten en persona ordenada, de horarios estrictos, de momentos concatenados con cierta labor concreta, cierto ejercicio determinado, y me vuelven persona de rituales.

Queens College de la Universidad de la ciudad de Nueva York,
donde Kozer trabajó como catedrático desde 1965 hasta hace pocos años.


Vivo una vida ritualizada hasta el día de hoy: de hecho no concibo, no necesito, otro tipo de existencia. Me levanto a las 5:30 a.m., desayuno con mi mujer Guadalupe, bajamos a caminar en invierno, a nadar en verano, regresamos, ya he escrito un poema, o lo tengo casi terminado (lo termino) me siento a trabajar en mi cuarto de trabajo, delante de la computadora corrijo el poema escrito el día anterior, respondo uno a uno los correos electrónicos recibidos, termino todo eso, me tumbo a leer (muy varias son mis lecturas, que hago en inglés y español, a veces en portugués y en francés). Almorzamos a la una en punto, vemos una película en casa, al terminar la película me voy a leer, leo, a las 5:00 p.m. tomo una frugal colación, piscolabis compuesto de yogur con fruta, o un trozo de pan con margarina y mantequilla de maní, o alguna que otra vez un par de torrejas. A las 5:30 p.m. veo las noticias de la BBC (única televisión que veo) y a las 6:00 p.m. ya estoy de nuevo leyendo hasta las 9:00 p.m. en que me acuesto a dormir. Puedo estar solo, en reclusión, semanas, meses, sin ver a un alma, y no me afecta. Veo gente, y disfruto mucho de la relación vital con la gente y con otros escritores, cuando me invitan a participar en algún encuentro. Pero eso lo necesito poco, o para ser justos, menos.
Un punto más, que tiene que ver con tu pregunta. En Estados Unidos, desde los años cincuenta, ha existido la institución, por así llamarla, del profesor poeta o del poeta profesor. Esto no sucede ni en Europa ni en América Latina con la frecuencia que sucede en Estados Unidos, y ello, evidente, por razones estructurales y económicas. En Estados Unidos esa tradición se impuso, y ha permitido a los poetas ganarse dignamente la vida en una profesión noble, que hacemos muchas veces hasta mejor que muchos académicos (podemos, dado que tenemos imaginación, ser menos aburridos, y más entregados y dadivosos:( en una profesión que es la única que le da tiempo suficiente al poeta para ganarse el pan (pane lucrando) y hacer su obra, obra que exige ingentes cantidades de tiempo, y eso poco lo entienden quienes no son escritores. Uno está todo el santo día acumulando materiales para luego, de repente, y como el que no quiere la cosa, forjar un texto. Y ese ritmo sólo lo facilita en el mundo actual la enseñanza universitaria (la enseñanza en Secundaria es ya otra cosa).
A mí me permitió tener mucho tiempo libre para escribir y organizar mi vida en torno a la necesidad de escribir, me permitió regresar de lleno a mi idioma (siempre enseñé en español, rara vez en inglés o portugués) y me permitió vivir inmerso en los libros que amo, en las literaturas que amo, en concreto la escrita en lenguas española y portuguesa, incluso con tiempo suficiente para adentrarme en tantas otras literaturas que hoy también amo: china, japonesa, eslava, alemana, italiana, y cuánto no (el otro día anotaba en mis diarios íntimos, voy por el volumen 45, empezaron en 1964, imagínate) que quería dedicar un año íntegro sólo a leer literatura oriental (japonesa, china y coreana). Así el poeta profesor no es una aberración ni nada extraño en Estados Unidos, en esa tesitura se han encontrado Lowell, Olson, Zukofsky, Creeley, Frost (a quien debemos la idea de la lectura pública en la voz del poeta, con honorarios) Berryman, Levertov, Rexroth, Ashbery, y muchos más.

Robinson Crusoe (1719) del escritor inglés Daniel Defoe,
la primera novela que el poeta José Kozer recibió como regalo
y releyó constantemente marcando, en adelante, su vida. 


4.   ¿Por qué poesía y no novela o relatos cortos José? ¿Qué es lo que en esencia te seduce, te atrae, de la poesía sobre los otros registros literarios?
Chistosas mis dos primeras experiencias con lo que luego sería mi vida: leer y escribir. Tengo diez años de edad y el día de Reyes recibo entre otros regalos el Robinson Crusoe de Daniel Defoe. Ya sé que los Reyes Magos no existen, así de astuto soy a los diez años. Recuerdo que ese mismo día agarro el libro, recuerdo que mi madre me dijo que debía empezar a leer, y la palabra de la madre es algo fuerte, cala hondo, en efecto empecé a leer aquel libro, me enganchó a tal extremo que no lo solté ni para almorzar, leía y leía como en un trance, lo acabé de leer en unos cuatro días y al terminar, volví a su primera página y lo releí. Hasta más o menos tener cumplidos los 45 años no fui capaz de conciliar el sueño si no me imaginaba en una isla desierta viviendo como Robinson Crusoe; ni el psicoanálisis intensivo que hice durante dos años, con treinta años de edad, fue capaz de disolver esa fantasía, fantasía que luego se disolvió por sí sola, sin yo proponérmelo, teniendo como digo unos 45 años.
Con la escritura, por igual me sucede algo curioso. Con unos 15, tal vez 16 años de edad, empiezo a escribir una novela. Los pichones de escritor, por regla general, empiezan haciendo poesía, y si ven que no dan la talla, se pasan a la novela. En mi caso fue al revés, empecé escribiendo una novela (el manuscrito lo guardo entre mis papeles literarios) la titulé Historia de la prehistoria, luego de escritas a mano unas treinta paginas, leo La isla de los pingüinos de Anatole France, descubro que ese libro es al pie de la letra la novela que estoy escribiendo, siento o debo haber sentido una gran frustración, la noción de que ya todo está hecho, de que no vale la pena crear una novela, pues esa novela ya alguien la escribió antes que uno. Y dejo la prosa.

La isla de los pingüinos (1908) del poeta francés Anatole France.
Al leer esta novela, Kozer descubrió que era muy similar a su primer proyecto de novela,
lo que lo hizo abandonar aquel género literario casi para siempre.

En la década de los 70 escribí cuento corto, no los recuerdo, se publicaron algunos, por ahí andarán, han de ser deleznables. En la década de los 80 me puse a escribir, como en un trance, una novela: cuando tenía unas cien páginas escritas a máquina, se la mostre a Guadalupe. Tírala al tacho de basura me dijo, sabes escribir, de eso no me cabe la menor duda, pero la novela no vale nada. Y tenía toda la razón. Ahí, y ya para siempre desistí de la ficción en prosa (no tengo ni talento ni paciencia para hacer una novela, debo decir que el lenguaje a la hora de escribir novela no me acompaña) y lo digo así, porque en mí la práctica poética se cimenta en la ficción, ando siempre contando historias, todos los poemas están cuajados de episodios, de hechos «biográficos», de contingencias «ocurridas», de invenciones que se bifurcan, se rehacen en sí y a sí mismas, y que de algún modo son prosa abortada, prosa imposible que sólo encuentra su vertiente en la escritura de poemas. Soy, en resumidas cuentas, un novelista frustrado.
No sé si es de utilidad decir que cuando escribo prosa me noto torpe, cancaneo, sufro, lo que quiero es salir del paso, acabar ya (incluso respondiendo estas preguntas, eso es lo que quiero:( en el fondo la prosa me aburre, puedo sentir su ímpetu, puedo arrancar escribiendo ficción (en mi cabeza vivo en constante estado de ficción, y ésta es una de mis grandes luchas espirituales, tratar de vivir sin imaginar, evidente que no lo consigo) pero al rato cunde el aburrimiento, aquello no me interesa, todo me parece ficticio y falso, no tengo lenguaje para comunicar nada a ese nivel, y me alejo. Dejo el intento, intento que he dejado por completo de practicar o de intentar desde hace ya unas décadas.
Con la poesía me pasa todo lo contrario, en cuanto arranca el poema estoy entregado de lleno, el poema se construye por sí mismo, yo lo único que tengo que hacer es irlo ajustando, rectificándolo, impidiendo se desborde demasiado. Mis poemas son meandros, anacolutos, bifurcaciones (trifurcaciones) poemas río, intercambios lingüísticos continuos, incesantes, y lo son desde una naturalidad en la que mi intervención es mínima. Lo único que hago es estar quieto, y desde esa tranquilidad, dejo fluir. Aquello fluye, empieza, avanza, ciempiés, libélula, colibrí libando en el hibisco, y en un punto determinado, acaba. El proceso no pasa de media hora de duración. Es rapidísimo, vertiginoso, vértigo equilibrado, mareo controlado, pero no sólo controlado en parte por mí sino mayormente por el propio poema. Entre los dos hacemos esta labor: y nos entendemos desde hace años, somos dos viejos amigos, nos sentimos cómodos el uno con el otro, no tememos decirnos las cosas, ni ciertas cosas, a veces muy duras. Y desde ese entendimiento surge el poema, éste pasa a una carpeta donde queda guardado desde un olvido que me invade de inmediato, porque, cosa curiosa, una hora después de haber escrito una de mis junglas, no recuerdo ni el título.


5.   Si no es indiscreción, podrías comentarnos ¿cuál es, a grandes rasgos, tu método de trabajo? ¿Te inclinas por un tema en particular y creas poemas que revistan ese «armazón», o escribes poemas de modo libre y luego ensamblas tus poemarios? ¿Corriges mucho?
No es ninguna indiscreción lo que preguntas, al contrario, me parece pertinente hacer siempre esa pregunta, hacérsela uno mismo durante la vida. En mi anterior respuesta ya aludo a un método de trabajo. Y es así: hoy, digamos, escribo un poema. Lo hago casi siempre a primera hora de la mañana, en una sentada, y tras su sopetón, que sucede como he dicho en algo menos de media hora, lo dejo a un lado hasta el próximo día. Escribo a mano, en cuadernos de pintor de tapa negra (a veces roja o azul) y los corrijo a la siguiente mañana, sobre las diez, en la computadora, proceso que ahora me lleva más o menos una hora: la corrección la hago a medida que mecanografío el texto, a veces me paso cinco minutos luchando con una coma, afinando el oído que me guía (más que la vista) cerciorándome de que todo está en su sitio, sitio asimétrico o sitio en armonía simétrica, sitio múltiple, pero sitio. Y la tuerca tiene que encajar, y si no encaja, sigo luchando hasta sentir que ha encajado. Cuido mucho los finales del poema, es donde más lucho, a veces se me dan con naturalidad, a veces me toma un largo tiempo (diez minutos, pongo por caso) concluir el texto. Su arranque se me da, ningún problema, casi cualquier cosa me es útil para escribir un poema nuevo, su contenido crece por cuenta propia, a veces me trabo, pero la trabazón se abre y resuelve, y sigo, llego al final, dado o no, y si no, me pongo a luchar hasta llegar a rematar ese final a satisfacción. Se ve, por ende, que corrijo, corrijo mucho, in situ, luego nunca más vuelvo al poema.
A la hora de publicar casi siempre decido un título, y según éste, escojo materiales casi a ciegas con base a ese título. Me da casi lo mismo publicar uno u otro poema, no los catalogo en mejores o peores, son poemas, y ya: así de sencillo. Por ejemplo, hace poco me piden un libro en Brasil, decido titularlo De rerum natura, porque sé que tengo escrita una serie con poemas acumulados en los últimos años bajo ese título (desde hace años trabajo en series, debo tener en mi computadora unas 50 series distintas, y en cada rúbrica pueden haber acumulados cien poemas, o trescientos u ochocientos, que sería el caso de una serie que titulo Divertimento). Y bien: decido el título, voy a la computadora, busco todos los poemas titulados De rerum natura, y yendo de atrás para adelante según fecha de creación del poema, decido casi a ciegas cuáles poemas conformarán el libro. Este libro del que hablo no podía tener más de veinte poemas, por razones de espacio, es un libro que será bilingüe, en estos momentos lo traduce Contador Borges al portugués, y lo haré al alimón con el poeta y editor Francisco dos Santos (editorial Lumme, São Paulo) quien colabora con sus bellísimos dibujos en blanco y negro. Escojo los poemas a publicar sin casi volver a mirarlos. A veces les echo el ojo, ojeada rápida, y ya. Si hay 70 poemas con ese título en mis carpetas, escojo los veinte que conforman el nuevo libro, sin pensar demasiado en su calidad o bondad, y los organizo, con celeridad, como libro.
Jamás escribí un poema planeado, jamás me propuse un tema y luego hice un poema. Hice el poema, o se hizo, o lo hicimos, y ahí termina esa historia. Soy desde siempre prolífico, abundante, en muchos sentidos, pero la abundancia no me preocupa ni atormenta (casi nada me atormenta últimamente, con lo cual debo decir que compadezco a mis enemigos) y esa abundancia es parte de una fe, una devoción, una realidad para mí inexplicable, y que consiste en hacer poemas y más poemas.


6.   Tus padres son europeos, tú naciste y creciste en Cuba y luego, muy joven, viajaste a residir en E.E.U.U.; tu familia era judía y creciste en un país cristiano-católico, etc. sin duda, varias circunstancias que conllevan «contradicciones» con gran significado para ti como poeta. ¿Cómo se rebela en tu poesía ese mestizaje del que eres producto? ¿Cómo amalgamas todo ello en tu obra?
No soy persona creyente. Crecí en el judaísmo y soy a pie juntillas judío. No tengo problemas con el judaísmo ni con ninguna creencia religiosa. Desde hace unos 25 años practico un particular budismo Zen, a solas, a diario, y esa práctica, que es del cuerpo y del espíritu, se sostiene mediante ejercicios de concentración, mediante movimientos ritualizados a los que acudo, y que me he inventado, se sostiene mediante la plegaria, casi siempre la repetición invariable y diaria del Sutra del Corazón, en una traducción que hice yo mismo del inglés al español, el inglés a su vez es una traducción del chino que hizo Bill Porter (más conocido como Red Pine) que a su vez es traducción del pali al chino (complicado es el mundo moderno, y rico). He testado, Guadalupe y yo hemos decidido ser cremados, y ambos queremos que nuestra cenizas sean aventadas, las mías en Kyoto, las suyas en Seúl.

Sutra del corazón, texto budista Mahayana
traducido por José Kozer del inglés al español.

En casa leemos todos los días mucha literatura oriental, los libros sagrados y laicos de los chinos, los japoneses, los coreanos. Eso nos da mucha alegría interior, es parte de nuestra felicidad como pareja. He abandonado la práctica judía, la he sustituido por la budista Zen, pero no soy chino, soy judío, un judío cubano, un «jubu» (judío budista). Me alegra haber dado ese paso, el judaísmo, como el cristianismo, son demasiados imponentes, y ante la imposición, a veces tan prepotente e hipócrita, me siento impotente, estéril. Prefiero el budismo Zen que no es nada prepotente, te da aunténtico albedrío, me permite suavizar mi existencia, es una práctica ardua pero con espacios de ternura y suavidad, de relación viva con la naturaleza, el mundo, la reclusión, la propia práctica, y es lo que a mí, a Guadalupe y a mí, nos va.
A través de los años he integrado en mis poemas esos mundos, el católico del país donde crecí, país cuyo catolicismo no es ni fanático ni exagerado, con el judaísmo en el que crecí (hice el bar mitzvah, aprendí a leer, escribir y hablar un yidish suficiente, me puse las filacterias de muchacho hasta el día de la muerte de mi abuelo materno) y el budismo Zen que adopté. Es posible que a estas alturas haya más material búdico en mi poesía que material judío o cristiano. Ese mundo me resulta más poético, me conmueve más, es menos intenso si se quiere, pero más apegado a mi temperamento solitario, a mis espacios líricos más recónditos.


7.   ¿Consideras que la poesía, al ser una expresión artística, debe alejarse de la crítica social, o piensas que le cabe algún rol al poeta, o a la poesía, en cuanto a la denuncia de una determinada situación social, cultural o política?
No práctico la poesía de denuncia ni social. Casi todos los poetas que la practican per se me parecen deleznables, sin embargo, cuando hacen un poema social complejo, interesante, que cala donde la poesía debe calar, me conmueven. Hay grandes poetas que han hecho poemas políticos maravillosos: pienso en Quevedo, Miguel Hernández, un cierto Vallejo, aquí y acullá Neruda, a veces Blas de Otero. Es una zona de la poesía muy problemática, ahí cunde el oportunismo, y la verdad es que ese estro, luego de una primera práctica, cuando era joven, cuando padecí ese malentendido que fue y es la revolución cubana y ser un exiliado cubano, es un estro que no me atrae. Soy otra clase de poeta, aunque sé que todo poema, en última instancia, es un poema también (y subrayo ese también) político, social.
Esta mañana escribí un poema sobre un pobre diablo, un viejo que ha sido toda su vida un mandadero, un recadero en un supermercado, y que mira su vida pasada y su actual existencia, desde la perspectiva de un primer verso que en el poema dice: «Soy una nulidad, gritó, feliz que estoy (me digo)». Ese verso, quiérase que no, es de raigambre social, y por ende, política. Todo depende luego de lo que se hace o sucede en el poema, y si éste es político a conciencia, por lo general cae en lo panfletario, esa basura, mas si sabe eludir lo panfletario, puede gestarse un poema verdadero que entre otras cosas va lleno de señales, de huellas políticas, entreveradas con ese algo imposible de dilucidar que lo convierte en un auténtico poema. El gran poema político alude y elude en directo lo político, soslayándolo lo canta y cuenta de modo indirecto.

Lenz (1839) novela del escritor alemán Georg Büchner,
obra que Kozer confiesa, le hubiera gustado escribir.

8.   ¿A qué libros o autores vuelves constantemente? ¿Qué libro, de narrativa o poesía, te hubiese gustado escribir? ¿Quizá alguno de Melville, Lezama Lima, Martí o Hawthorne?
Mis lecturas son variadas. Vivo leyendo y alternando lecturas. Releo poco, leo hacia delante. Leo mayormente en español y en inglés, hoy por hoy más en inglés que en español. Desde 1997, año en que me jubilé de la Universidad, leo entre cuatro y ocho horas diarias, según. Temo pocas cosas, pero si algo temo es perder la vista, porque vivir sin leer me resulta incomprensible. Puedo comprender vivir sin escribir, pero no sin leer. He leído de todo, mal y bien, y quiero seguir leyendo de todo. Leo a la vez a varios autores o tipos de libro, mayormente poesía, ficción, biografía y/o historia. Casi no leo teatro, no leo casi teoría. Leo mucho de lo que los jóvenes me envían, lo que me mandan los amigos, en ciertas épocas he dedicado a diario una hora a leer libros enviados. Y casi siempre le pongo unas palabras al autor que se dignó enviarme su libro. Lo agradezco.
Si de algún modo reflexiono sobre qué escritores llenan o han llenado más mi vida, los que más amo (y la ringla de autores en mi caso es enorme) en esa interminable hilera privilegiaría a Proust, Joyce, Beckett, Pound, una cierta Gertrude Stein, una cierta Virginia Woolf (incluyendo sus maravillosos diarios) a John Donne, a San Juan de la Cruz, al amado Arcipreste de Hita, Góngora, Quevedo (menos) Lope (bastante) López Velarde, los cuentos de Hawthorne, Melville, Thoreau (a quien adoro y sueño con reencarnarlo, y ser él) Musil, Thomas Bernhard, Kafka in toto (Kafka no tiene desperdicio) Leonardo Sciacia, Primo Levi, Paul Celan, Brecht, Broch, Böll, el maravilloso Robert Walser, madre mía a qué seguir. El libro, novela corta que hubiera deseado escribir, es el Lenz de Georg Büchner.


9.   José, vas a participar en el Primer Festival Internacional de Poesía de Lima (FIPLima) este 2012. Un nuevo intento por hacer que la poesía llegue a más personas. ¿Qué expectativas tienes en torno a este festival que, sin duda, se trata de un evento que por su magnitud hasta ahora es inédito en el Perú?
No espero nunca nada de nada. Lo dejo ocurrir. Sí deseo, porque conozco y quiero mucho como persona y como poeta a Renato Sandoval, que su ingente esfuerzo y buena voluntad redunden en un memorable Festival. Es una época la nuestra en que sin este esfuerzo (sin estos encuentros de literatura) el mundo, ya de por sí muy disminuido por las fuerzas de la brutalidad fascista y neocapitalista, por el estruendoso fracaso de la política, del comunismo, de todo tipo de tiranía, se desmoronaría: el mundo actual necesita tal vez más que nunca de la presencia en vivo de los poetas, de los intelectuales, de quienes piensan y crean desde una interioridad sin la cual no puede haber civilización.
Estamos rodeados de porquería, de mentira, a todo nivel, y lo que hay que hacer es juntar fuerzas, y desde una buena voluntad, actuar, por el bien de la Creación, de la poesía, de la cultura, de los seres humanos en todas partes y en todas las culturas. La tecnología puede ayudar mucho, están ocurriendo cosas muy interesantes, que puedem cambiar, y para mejor, el mundo actual, tan desastrado. Los poetas tenemos el deber de contrarrestar a los ejecutivos y a los mercenarios de toda índole, y sólo lo vamos a conseguir reuniéndonos en encuentros como el que sucederá pronto en Lima, y donde todos debemos actuar, desde la divergencia, en convergencia que defienda la buena escritura, la divulgación masiva de esa buena escritura, poniendo de lado el ego, la propia necesidad de seducir y relucir. Reluzca la poesía y no el poeta. Llevemos a Lezama, con paciencia y capacidad pedagógica, al pueblo, dejémonos de despreciar al pueblo diciendo estúpidamente que Lezama es incomprensible, inasequible, para el pueblo; no lo es. Hace unos años en Buenos Aires tuve un careo con un señor muy mal intencionado que a la mesa, entre amigos, se dirigió a mí para decirme que yo siendo cubano conocería la obra de Lezama, y añadió que para él Lezama era chino. A lo que respondí, y creo le arruiné el almuerzo, que el chino era un idioma que se podía aprender. Cosa curiosa, más adelante, leyendo la biografía de John Richardson sobre Picasso, éste le dio la misma respuesta a un alfeñique mental que le dijo que sus cuadros le parecían chino.


10.  A propósito del FIPLima, ¿has estado antes en el Perú? ¿Tienes particular interés por la obra de algún o algunos poetas peruanos, clásicos o contemporáneos?
Nunca he estado en Perú, estoy muy contento con esta invitación, que a pesar de implicar una estancia muy corta, sé que será para mí fascinante. Mis poetas peruanos son Vallejo (por supuesto) y Martín Adán. Me interesan Westphalen, Belli (de quien soy amigo hace años) y Salazar Bondi. Leo últimamente a diversos jóvenes peruanos con enorme interés (me refiero a poetas del tipo Maurizio Medo) son poetas que me son afines, como Paúl Guillén o el querido Róger Santiváñez, que siempre me llama Kosi, lo que me hace reír.

Afiche invitando a una sesión de lectura bilingüe de poemas
por José Kozer en Marymount Manhattan College

11.  Los premios, los reconocimientos, más allá de que nunca nos caen mal por los viajes, los halagos y el dinero que conllevan ¿significan algo para la poesía, para el poeta? Tanto los que los ganan como los que no casi siempre los minimizan, pero, ¿hay una falsa modestia de los primeros y una envidia disfrazada en los segundos? Porque es cierto, a todos nos gusta que se reconozca y se dé valor de alguna manera a lo que hacemos.
Esto de los premios y la política de los premios es muy complicado. Los premios en general se otorgan a poetas «consagrados» que en general son del tipo más tradicional. Y eso quizás sea en buena medida justo. Los poetas que lleva más tiempo asimilar, por la dificultad de su obra, tienen que aprender a atenerse, a vivir sin premios ni prebendas. Eso es malo para el bolsillo pero no es malo para la propia obra y para el espíritu del escritor.
La historia del Nobel, hasta el día de hoy es penosa. Hay premios que han recaído por lo general en personajes que en menos de lo que dura un merengue a la puerta de un colegio, son olvidados. Clásico ejemplo, Proust apenas reconocido, apenas premiado en vida, y Anatole France, en su momento, un rey, un famoso internacional. Y hoy France y Proust no son siquiera dignos de ser comparados, sería irrisorio hacer resaltar a France ante Proust. Anatole France no existe, Proust es el rey. Joyce nada recibió, Pound o Borges poco. ¿Qué decir? Lo que pienso, en mi caso, que sólo he recibido de muy joven un premio (el Julio Tovar, Tenerife, Canarias) es que a estas alturas mi ego no necesita premios, mi bolsillo sí. Si algo cae, saco a mis hijas de un cierto apretujón económico. Si no cae, saldremos de todas maneras adelante, somos una familia unida y muy frugal, y todo se andará.


12. José, para finalizar, sé que escribes mucho y te mantienes en constante producción de tu obra. En relación a ello, ¿qué nos puedes adelantar de tu o tus próximas publicaciones? ¿Alguna novedad para este 2012?
En efecto, no paro de escribir. Acabo de cumplir diez años escribiendo un poema todos los días (y no son precisamente haikucitos mis poemas:( desde que regresé por primera y única vez a Cuba, luego de una ausencia de 42 años, en febrero (del 7 al 14) del 2002, y hasta la fecha, contando que hubo veces en que escribí en un día dos y hasta tres poemas, he escrito todos los días, sin saltarme ni uno, un poema. Ahora bien, el mucho o poco escribir no es señal de nada, me parece una idiotez decir, como algunos dicen, que si un autor escribe mucho tiene que ser malo. Mi mano quiere escribir y escribe, eso es todo.
Tampoco quien escribe poco es un estéril. Jorge Manrique, el Vallejo que pasa diez años sin escribir, o el Paul Valery que pasa años sin pegar un chícharo, no son mejores ni peores, en cuanto escritores, que otros que han sido prolíficos como Lope, Pound, o pasando a la novela, Thomas Mann, Dostoievsky, Tolstoi. Escribo, acumulo, corrijo y guardo, y cuando se tercia la posibilidad de publicar un libro, lo hago: es una manera de preservar, de respetar el trabajo propio, y si publico mucho o poco, todo eso me parece circunstancial. En todo caso, publicar es preservar (dentro de lo que cabe, eso es todo). Mis libros no venden, no se leen a nivel de masas, así es que no me dejan apenas rédito alguno. Está bien. No me hago mala sangre, hay quienes dicen que soy muy generoso, no lo soy ni más ni menos que otros, doy lo que puedo y cuando puedo, y cuando no, no doy. Soy persona abierta y a la vez suspicaz, no quiero herir a nadie ni a nada (camino con los ojos mirando al suelo para no pisar bicharracos, las cucarachas son el único bicho que sigo matando y deseo matar) pero a la vez, como no soy sadomasoquista, no quiero verme herido por nada ni nadie. Me cuido, porque cuido la vida, la respeto y amo.
Publicaré próximamente varios libros que me han pedido y que se han programado para el 2012 y el 2013. Y son, de darse: Una índole, que saldrá en la editorial Matanzas, de Matanzas, Cuba; una Antología de mi poesía preparada y prologada por el excelente poeta cubano Pablo de Cuba y Soria (tal su verdadero nombre, no se trata de un seudónimo) para la editorial chilena LOM; Naïf que publicará Paulina Briones en Guayaquil, en un nuevo proyecto editorial independiente llamado Cadáver Exquisito; De rerum natura que publicará en edición bilingüe (español/portugués) la editorial Lumme de São Paulo, con dibujos de Francisco dos Santos; y finalmente para el 2013 un libro titulado Acta est fabula (como se puede apreciar me ha dado por los latinazgos a la hora de titular) que me publicará Fondo de Cultura Económica de México (cual me dijera el actual Director de Fondo, Joaquín Diez Canedo, si para ese entonces él sigue en ese puesto, cruzo dedos).
 
 
 
(Tomado del blog La Convención: http://www.la-convencion.blogspot.com/)

martes, febrero 21, 2012

Sueños de arena. Sobre un poema de José Watanabe

por Jordi Doce

El lenguado

Soy
lo gris contra lo gris. Mi vida
depende de copiar incansablemente
el color de la arena,
pero ese truco sutil
que me permite comer y burlar enemigos
me ha deformado. He perdido la simetría
de los animales bellos, mis ojos
y mis narices
han virado hacia un mismo lado del rostro. Soy
un pequeño monstruo invisible
tendido siempre sobre el lecho del mar.
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
creen que las devora
una agitación de arena
y los grandes depredadores me rozan sin percibir
mi miedo. El miedo circulará siempre en mi cuerpo
como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy
una palada de órganos enterrados en la arena
y los bordes imperceptibles de mi carne
no están muy lejos.
A veces sueño que me expando
y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande
que los más grandes. Yo soy entonces
toda la arena, todo el vasto fondo marino.

José Watanabe


Incluido originalmente en Historia natural (1994), «El lenguado» es una piedra angular del bestiario que José Watanabe (Perú, 1946-2007) supo crear con los años. Dos fuentes lo alimentan: la pulsión moralista y la pasión dramática, unidas en un monólogo que es también un retrato, una mirada de cuerpo entero ante el espejo. Así precisamente, con una definición que abre las puertas del lenguaje, arranca el poema: «Soy / lo gris contra lo gris». El ser aislado –y no sólo por la cesura del verso–, erguido como una estatua de sal contra el telón de fondo de la arena. El ser que se mira y al mirarse se detiene, queda fijo, anclado por la perplejidad y la sospecha. ¿Esto soy yo? ¿Este «pequeño monstruo invisible», esta «palada de órganos enterrados en la arena» soy yo? El sintagma es rotundo, rítmico: lo gris contra lo gris. Un heptasílabo regido por la simetría en cuyo centro está la división, la oposición: contra. Un juego de paradojas que recorre todo el poema y que obliga al lenguado a definirse –a relatarse– en función de lo que no es, de lo que quisiera ser: límite y ansia, negativo y deseo. Doble o nada, este modelo conceptual se despliega y ramifica como una raspa hasta alcanzar el confín mismo del «vasto fondo marino».
            Sorprende también el contorno físico del poema, esa tensión caligramática que nos muestra la mitad del pez completo, el pez que para ser del todo debe mirarse en el espejo, descubrirse en él, aceptar como propia su imagen reflejada. Pero ese contorno es algo más: dentado, irregular, una mezcla de versos breves y extensos con picos cada vez mayores, como si al hablar el lenguado fuera creciendo, ensanchándose, hasta llegar a esa ensoñación final que lo equipara a una «llanura», «más grande / que los grandes». No es fortuito que el verso más largo termine justamente con la palabra «grande», ni que este crecimiento –arduo, inseguro, difícil– sea un juego de sístoles y diástoles, una cadena de contracciones y dilataciones que remite no sólo al trabajo del corazón o las branquias sino también al ondular del agua y de la arena, la oscilación inabarcable del mar. El poema va creciendo, sí, hinchándose de palabras, sumando confesiones y percepciones, y lo hace movido por ese brevísimo estribillo que repica con exacta periodicidad al final de tres versos escogidos: Soy. Un estribillo algo tímido que sólo suena con firmeza (asomado al balcón de la cesura, erguido y bien audible sobre las tres «o» tónicas que lo sostienen) en su aparición final: Yó sóy entónces…
            El lenguado piensa, habla y piensa, y todo su pensar es una respuesta al asombro inicial: Soy. Un asombro matizado y rebajado desde el inicio mismo del monólogo: soy gris, lo que me rodea es gris, todo es un gris indistinto que me vuelve invisible… Un asombro, por lo demás, que al verbalizarse encadena frases descriptivas o reveladoras que arrancan donde se cierra la anterior, siguiendo una lógica de eslabones que retoma o resume lo dicho previamente. Es quizá la lógica más sencilla, más inmediata, la que practica cualquier niño al contarnos sus aventuras: ese truco sutil que es «copiar… el color de la arena» me ha deformado (pues «he perdido la simetría / de los animales bellos»); ahora soy un pequeño monstruo (es decir, «mis ojos / y mis narices / han virado hacia un mismo lado del rostro») y soy también invisible, por lo que las «anchovetas» nunca sabrán quién las devora. Estos engarces que permiten glosar o completar lo dicho en la frase interior se vuelven explícitos hacia la mitad del poema, justo cuando aparece la palabra «miedo». No es casualidad. Como tampoco lo es que el miedo se asocie de inmediato al cuerpo, la sangre: un miedo físico, cerval incluso, que transita por el cuerpo del pez como el negativo del agua, su reflejo nocturno.
            Y justo cuando el pensar se contrae de miedo, cuando el miedo reduce el cuerpo a un puñado de órganos escondidos –cuando el miedo entierra viva a su presa–, surge el salto de la imaginación, la fuerza compensatoria y liberadora de la imaginación. Justo cuando los bordes de la propia carne parecen borrarse de tanto achicarse, «sueño que me expando / y me ondulo como una llanura», y el verso mismo es una ondulación de arena y agua, una llanura regida por el ritmo suave y hasta sonámbulo del anapesto (ooò):

yōn-dú-lō-cō-mú-nā-llā-nú-rā-sē-ré-nōy-sīn-miédōy-mās-grán-dē

            (La música seductora del pie métrico nos lleva incluso a resaltar una sílaba, «como una»: comúna, que en cualquier otro contexto de lectura sería átona.)
Surge en ese punto, o se hace visible de nuevo, la pugna que establece Watanabe entre las servidumbres de un darwinismo impiadoso que deforma rostros y decolora cuerpos, y una sed de vida que no conoce obstáculos, o que los conoce –y reconoce– demasiado bien antes de rebasarlos. Lo demuestra el poema, su abundancia de detalles, el carácter prosaico de una confesión que sería insoportable sin la promesa final del sueño. Sólo en el sueño desaparecen el miedo, la inquietud, la conciencia abismada de la propia insignificancia. Sólo en el sueño se borran los límites entre el yo y el otro, entre el cuerpo y el no-cuerpo, y la carne del lenguado percute (soy, soy) y se prolonga en la extensión de arena que la envuelve. Desaparecen los límites, los confines, y todo es unidad, un «vasto fondo marino» animado por la fuerza vital de la imaginación. Por suerte, la ambigua lectura rítmica del verso final (un alejandrino «poco recomendable» según la preceptiva clásica pero que permite dos cesuras alternativas, en la sílaba quinta o en la novena) cancela cualquier tentación triunfalista, rebajando la fuerza algo estridente de la anáfora y rindiendo homenaje al trasfondo de duda y de cansancio sobre el que se recorta el poema. El desenlace es rotundo y hasta urgente, pero no quiere –para alivio de sus lectores– clarines que lo subrayen.
El monólogo concluye, pero no el poema, que vuelve sobre sí mismo dibujando una circunferencia perfecta. Lo sabemos porque el «gris contra lo gris» del segundo verso queda envuelto, trascendido por ese vasto fondo marino cuyo sentido es precisamente que no lo tiene: ilimitado, incontenible, es el reino de la potencia, de la infinita posibilidad, la tierra nutricia del ser como querer ser, como si también el lenguado, en su pequeñez, en su asombro y su miedo instintivos, supiera que la vida es más vida cuando se la desea, cuando se imagina o reinventa a sí misma.


Publicado originalmente en la revista Nayagua, segunda época, núm. 16 (2012), pp. 127-130.

miércoles, febrero 15, 2012

FIP LIMA 2012

FIP LIMA 2012
Primer Festival Internacional de Poesía de Lima
del 29 de marzo al 01 de abril



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